martes, 25 de mayo de 2010

LO QUE NOS SORPRENDE A NOSOTROS.


Cuando un blanco coge un avión destino a África, su primera inquietud, por encima de los mosquitos y de la inclemente malaria, es: “¿dónde vamos a aterrizar?”. Muchos se imaginan que África es como se ve en la película de Jamie Uys, “The gods must be crazy”, donde el helicóptero aterriza encima de un árbol en pleno desierto de Kalahari.

Pues nosotros, con la emoción del viaje, ya nos imaginamos donde vamos a aterrizar. En una de esas pistas como las que se ven en las películas. Tenemos la retina tan llena de imágenes del país de los blancos, que pensamos que nada nos puede sorprender… Pero una vez aquí, todo es diferente...
Las cosas que nos sorprenden a nosotros son totalmente lógicas. No busco, en la lógica, una excusa a nuestra ignorancia. Es sólo que los negros no somos raros… ¿o sí?

A nosotros nos sorprende:
- Que todos los blancos sean iguales. A primera vista, todos los blancos se parecen. Imposible para el inmigrante recién llegado diferenciar entre un blanco y otro. Todos se parecen, de la misma manera que los chinos se asemejan entre ellos. Aunque después de unos meses, el negro veterano ya puede diferenciar entre un alemán del norte y un finlandés.
- Las peluquerías para perros. Yo siempre me paro delante de las “vitrinas” de dichas peluquerías a mirar. Nos parece tan fuerte que cuando se lo explico a los de allí, dicen: "Quien fuera perro para vivir allí...".- Los avances técnicos entre los cuales, se lleva la palma la escalera mecánica, por encima del 3D y de la creación de vida artificial. Y cualquier negro que se precie dice: “No…Es que cuando vi las escaleras mecánicas, supe que el blanco es más fuerte que Dios.”- Las estaciones, y más el frío ultra polar, con la consiguiente fría primavera, el verano y el frío otoño. Nosotros sólo tenemos calor y lluvia.
- Que en verano, a las 10 de la noche, aún sea de día. Y cuando se los explicamos a los de allí, dicen: “¡Esto es cosa de Vodus! Que poder que tienen esos blancos…”
- La gente no se saluda por las calles. Van todos a gran velocidad y cuando están sentados, llevan diarios y/o gafas que les tapan la mitad de la cara. Nosotros decimos: “El blanco, cuando lleva esas gafas, tiene el poder porque él te puede mirar pero tú no lo sabes.”
- En la estructura a la hora de comer, tienen una hilera de platos. Que si los aperitivos, los entrantes, el primer plato, el segundo… Nosotros lo tenemos todo en un único plato. Y el postre, pues sólo los días de fiesta y sino en navidad.
- Que aquí celebren los cumpleaños. Allí sólo lo hacen los ricos. No porque les haga ilusión, sino para poder restregar su riqueza en la cara de los demás.
- Que esté prohibido pegarse. La gente se puede pelear verbalmente, pero no se toca. Siempre me imagino como acabarían esas absurdas discusiones televisas si tuviesen lugar en mi país. Pues a golpes, y sin rodeos, ni demandas.
- Entre los niños, existe la figura del “marginado”. Allí, no existe. Y los empollones son queridos, tomados como ejemplo y admirados. Yo, era una repelente asquerosa y todos me querían.
- Las mujeres van vestidas muy juveniles. No hay distinción entre estatus. Allí, las mujeres casadas van vestidas de una manera, y las solteras de otra. Las casadas van con dos pareos, puestos uno encima del otro. Las solteras pueden ir como quieran, pero en general con un pareo. Una mujer casada que va con sólo un pareo es que quiere rollo.
- La música de los blancos que resulta insípida, sosa y sin ritmo. Música imposible de bailar, nada que ver con el Mapouka, el Ndombolo, el Coupé-décalé, ritmos cuya sola música hace vibrar las nalgas.
- Que hayan blancos mendigos. Es que para nosotros, todos los blancos son ricos. Y un blanco mendigando para los que somos de allí, es un símbolo turístico.
- Que la gente se ponga guapa para el fin de semana. En mi país, las mujeres van a la peluquería el sábado y el domingo para llegar al trabajo con un look matador. La gente se arregla para la semana, no para el fin de semana, a menos que haya una boda.
- Que hayan tantos canales de televisión.
- Los grupos sociales. Que si hippies, que si Góticos…Allí, no hay grupos orgánicos. Sólo hay “todo el mundo”. Es que supongo que la gente se une a grupos sociales cuando ya tiene la barriga llena…
- Las razas de perros. Nosotros sólo tenemos la raza normal. Digo “normal” porque no sé cual es y es la única que hay.
- Que haya tanta gente que fume. De la gente blanca que conozco, el porcentaje de fumadores sería de 8 de 10. Allí, es de 1 de 200. Dicen que “fumar es quemar el patrimonio familiar” y que “Él que fuma, bebe y puede ser un gangster”. En mi extensa familia, sólo tengo un tío fumador. Y es el mal ejemplo de todo el pueblo, abochornando nuestra limpia y pulcra reputación familiar.
- Los blancos se mocan en cualquier lugar y en cualquier parte. Comiendo, bebiendo, con gente… A nosotros nos dicen que hay que levantarse e ir a mocarse en el baño.
- Las calles en Europa son limpias. No como las nuestras que llevan ya incrustadas, costra de cacahuetes, papeles sucios, plásticos y todo tipo de desechos…
- Que la gente no coma picante. Pero bueno… a los blancos, se los perdonamos.
- La libertad sexual que hay aquí.
- El uso constante de maquinas en todo. Máquina, para lavar los platos, la ropa... Incluso para comprar comida, hay que hablar con una máquina.
- Que la gente haga colas a la hora de comprar o de pedir un servicio en lugares público. Allí sólo se conoce la aglomeración y la Ley del Más Espabilado.
- Que mucha gente tome café para despertarse por la mañana. Y yo después de dos décadas sin café, ahora no me imagino mi vida sin el humeante líquido, al que me aferré ya desde el primer mes.
- Los blancos llevan los niños en cochecito en lugar de en la espalda como las mujeres en nuestras casas. Llevar el niño en la espalda ayuda a tener las manos libres, a parte de que el niño está en contacto directo con la madre, oye latir el corazón de su madre.
- Al principio, cuesta diferenciar entre carne y pescado, no por el gusto, pero porque no hay hueso.
-Que se duchen sin esponja. Entonces no se frotan el cuerpo.
- Los cimenterios son pisos. Los blancos viven en pisos en vida y cuando se mueren, también sus ataúdes o sus restos descansan en pisos. Un sistema eficaz para ahorrar espacio. Para nosotros, vivir en pisos es un lujo.
- …
Y mucho más. Pero bueno. Las diferencias son los que hacen que cada uno sea lo que es. Ser diferente es genial. Poder ver las diferencias es extraordinario y aceptarlas es inteligente y humano. Lo más importante es adaptarse, pero con astucia y como dice mi abuelo: “Si vas al país de los blancos, lo que no puedes tirar al water, no te lo comas.

Yo sigo flipando con la escalera mecánica.

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lunes, 10 de mayo de 2010

EL POST DE TERESA: MI NANCY NEGRA


Se dice que el ser humano pasa la mayor parte del tiempo presente, pensando en el pasado. Alguno de los famosos libros de auto-ayuda afirman, con rotundidad, la importancia de vivir el presente, el aquí y ahora. Otros muchos gurús se aventuran a decir que el pasado no existe, que el tiempo es irreal, una ilusión.
Ante tales afirmaciones se me plantea una duda: Si es verdad que no existe, ¿Cómo es que nos asaltan tan a menudo, recuerdos que nos emocionan? Hoy, un día cualquiera en un lugar cualquiera, de regreso a casa, tras una sesión matinal con café y amiga, de repente un recuerdo de mi infancia ha aflorado desde lo más profundo de mi subconsciente…

Soy de la generación de la Nancy, esa muñeca que nació en los años 70 y que ocupaba la mayor parte de los juegos de las niñas de entonces. Era rubia, con ojos color miel que se abrían y cerraban al tumbarla o ponerla boca abajo. Con proporciones equilibradas, una melena larga y sedosa que todas envidiábamos y a la que aplicábamos nuestras dotes de peluquería; Unos vestidos de chica, que para aquel entonces, cuando para mí el océano todavía era un charco, simulaban los de una diosa. ¡Seguro que os acordáis de la vuestra!
La primera que tuve me apasionó. Me la regaló mi hermana que vivía en Alemania y que cuando venía al pueblo lo hacía cargada de regalos para todos. Saber que ella iba a llegar creaba en mí una especie de alegría expectante que no me dejaba dormir en toda la noche. Tenía ganas de verla, pero en el fondo y haciendo gala de ese egoísmo inherente a la niñez la razón de mi nerviosismo e ilusión eran los juguetes que ella me traía.

En aquel entonces no disponíamos de muchos juguetes, así que cuando la tuve por primera vez en mis manos, me pareció tan guapa y con tantos vestidos... Todos tan bonitos que pasábamos horas juntas, jugando, disfrazándonos, saltando... Era la chica que todas queríamos ser.
Y llegaron las siguientes vacaciones de mi hermana Chelo. De nuevo la misma expectación, alegría, cosquilleo, nerviosismo y todas esas cosas que se despertaban en mí ante su llegada. Y entonces, me dio mi regalo. Era una caja. Comencé a abrirla y... ¡No me lo podía creer! ¡Otra Nancy! Pero esta vez no era como la que ya tenía, ni como la de mis amigas. Era completamente diferente. Sólo se parecía en las proporciones. Era una Nancy negra, con sus rizos, su piel negra y un minúsculo vestido que imitaba la piel de algún animal, que entonces para mí era desconocido.
¡Waow! ¡Que exótica era! A partir de entonces pasó a ser mi Nancy preferida. Con ella compartí el resto de mis juegos. Empecé a viajar en mis sueños y me imaginaba viviendo en una tribu en África. Todos los animales de la sabana eran entonces como los de aquí, cercanos. ¡Uf...! ¡Que aventuras!

Es curioso, que con los años se nos planteen preguntas existenciales relacionadas con nuestro carácter, gustos o formas de ser. Siempre me he preguntado por qué me gusta tanto viajar a tierras lejanas y países tan diferentes al mío. Ahora y después de que este recuerdo apareciera en la parte consciente de mi cerebro, me doy cuenta de lo cierto que es lo que muchos científicos afirman acerca de la importancia de la infancia en la vida del ser humano. La inteligencia emocional, el desarrollo cognitivo, el estímulo, la potenciación de las habilidades... En la niñez lo grande es pequeño, lo bajo es alto, lo lejano inapreciable. En el país de los enanos, esos locos bajitos son como esponjas. Aprendemos, copiamos y con los juegos y juguetes desarrollamos partes de nuestro carácter que en un futuro serán parte esencial de nuestra forma de vida.

Ya he viajado a África, el país de mi Nancy negra. Allí me enamoré de la tierra, o quizás ya lo estaba sin saberlo.
Supe en pleno corazón de la sabana, con el rugido de leones y hienas de fondo, con el trinar de pájaros, que no pude reconocer; Al calor de una hoguera encendida, con los cuentos y leyendas del jefe “Massai”, que nos acogía y con la cálida brisa nocturna que me envolvía, que todo aquello no era nuevo para mí. Mis células lo reconocían. De alguna manera sentía que aquel lugar no me era extraño. Me sentía bien, era como si ya hubiese estado allí antes.

Quiero pensar que aquellos juegos compartidos con mi exótica muñeca fueron algo más que simples juegos. Probablemente, y como diría mi admirado periodista científico Eduard Punset: “…En ocasiones se abren canales en nuestro cerebros que nos hacen vivir en diferentes dimensiones o en realidades paralelas.” Así pues, mientras yo jugaba con mi muñeca, ella me transmitió, todavía no sé cómo, conocimientos que años después mi cerebro reconoció como suyos.
Tratar de explicar esto de manera científica o aplicando la razón es ahora una ardua tarea, que por supuesto no voy a llevar a cabo. Confirmo tan solo el poder de la emoción, esa que en esta ocasión me conectó con un hermoso momento de mi pasado. Desde aquí y si es verdad que hay realidades paralelas, agradecerle a mi Nancy negra mi amor por África.
Y si alguna vez alguien lee este relato, me conformo con que ayude a pensar en la importancia de los regalos. No todo vale. No se debe regalar porque toca. Sin ganas, sin saber qué comprar, con prisas. Un regalo es algo que necesita su tiempo. Dice mucho del que lo regala. Es más valioso un regalo meditado, en una fecha no señalada, cuando el corazón te dice que alguien se lo merece o un regalo hecho por uno mismo, que mil regalos que podamos comprar en las miles de tiendas que nos los ofrecen como los mejores. Hay que cultivar el arte de regalar. Me atrevo incluso a cambiar un famoso dicho que dice: “Es más feliz el que da que el que recibe” y con un pequeño matiz diría:“Es feliz el que da e inmensamente feliz el que recibe acertadamente”.

Y si no, que se lo pregunten a mi Nancy negra.

Escrito por Teresa Vizcaya Prieto.Gracias Teresa.

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miércoles, 5 de mayo de 2010

I'M NOT A PROSTITUTE.


¡Por favor!
Vale, que algunas putas son negras, pero no todas las negras son putas.
La próxima vez que vaya por el centro de Barcelona, llevaré una camiseta que lleve escrito: “I’m black, yes. But I’m not a prostitute”.

Rabia es lo que me posee cada vez que paseo, sola, por las ramblas y me vienen todo tipo de desechos humanos a pedirme favores sexuales. Viejos sucios, jovencitos asquerosos… Y cuando ya te han repasado con la mirada, descaradamente, te dicen: “nena…”, con una entonación llena de sobreentendido, de pretensiones dudosas, de intenciones nada santas y de connotaciones vulgares. Algunos hacen ver que no pueden pasar y te rozan. Otros incluso, te paran con la excusa de que no tienen hora y después te preguntan “¿Cuánto…?”. Ellos sólo se fijan en tres factores: Que seas Black, que estés sola y que estés allí… No les importa lo que lleves puesto o la cara que tengas.
¿Qué pasa? ¿Yo no puedo esperar un amigo por las ramblas? ¿No puedo estar paseando tranquilamente? No quiero que un viejo me roce deliberadamente, sólo porque sea Black y que esté en las ramblas.

Los odio. Odio toda esta gente, que lo único que hacen es hacerte sentir mal, sucia y rabiosa. Odio todo este grupo de mutantes descerebrados, de ignorantes, de incultos y de guarros que se piensan que el color hace la puta.
Ya sé que no hay nada malo en prestar servicios sexuales, siempre y cuando sea vocacional (Ejem…). Y tampoco pasa nada, porque venga un señor a pedirme favores sexuales. No… lo que me molesta es que me vengan cincuenta, uno detrás del otro, todos babosos, feos y borrachos... ¿Acaso parezco yo una chica de “moeurs” ligeras?

Sólo te dejan en paz si vas acompañada.

A lo mejor me tendría que resbalar esto, pero aún no he evolucionado tanto, personalmente, como para que me dé igual que un rebaño de hombres gregarios, se piense que soy puta. Lo siento. Aunque lo que se siente es impotencia, exasperación e irascibilidad, porque la ignorancia no hace efecto en ellos, y vuelven, y vuelven…

Yo sólo quiero ser una más.

También le pasó a mi amiga Marie, que sólo por estar esperándome, tuvo que aguantar a una horda de puercos que no paraban de rozarla, de mirarla, de insinuarse hasta límites agobiantes. Cuando uno se iba, venía otro. ¡Pobre Marie…! Me supo mal, porque me la encontré irritada y echando chispas y con ganas de irse de allí, porque los primates la asedian uno tras el otro.

¿Qué pasa? ¿Qué nos ven? ¿Acaso ellos, que sí han pateado muchas calles, su instinto primario, no les deja diferenciar las busconas de las que no lo son? ¿Tan difícil es esto?
Yo no voy por allí con ropa ligera, marcando cachas, ni con minifaldas dudosas, mandando miradas lascivas a diestro y siniestro. ¿Entonces por qué vienen a molestar? Hombres asquerosos que en sus casas tienen fama de hombres buenos, generosos y humildes. Jóvenes, con menos de un dedo de frente y la mayoría extranjeros que para sus madres son inocentes e encantadores querubines…. Cuando en realidad son todos pesados, patéticos y repulsivos. Y no sé que se piensan porque ya para empezar, si fuera yo prostituta, ninguno de ellos entraría en mi lista de clientes. Que se enteren. Me repugnan los hombres que van a pedir favores sexuales y los que se van, por allí de turismo sexual.

Mi amiga Marie y yo, no somos putas. Ni nosotras, ni mi amiga Joanna, ni la Marie-hélène, ni la Marième, ni la Mariza... Lo que tenemos en común aparte de ser amigas es que somos chicas sensibles, sencillas y con fervor.

El hábito no hace al monje de la misma manera que el color no hace la puta. Y como diríamos en África, “las cabras pasean juntas pero no tienen el mismo precio”. “All the black girls aren’t prostitutes.”
Solo quiero ir por las ramblas, a cualquier hora del día, vestida como me dé la gana e estar tranquila, sin tener que aguantar el fétido aliento de simios asquerosos deseosos de sexo.

Ya me gustaría verlos, con mi prima que está sí que no se anda con tonterías. Un día, paseando por Paris, con un “noviete” francés que se echó, al pasar por un zona, llena de chicas de “Moeurs” ligeras, él le dijo: “¡mira! Una como tú”. Mi prima ya susceptible de por sí por un carácter enranciado por las mimadas de la vida, le dejó al novio en el acto, no sin antes, propinarle la torta magistral. ¡Es que…! Lo que hay que oír.

¿Qué hay que hacer para que esto cambie? Yo no quisiera que esto le pasara a mi hermana pequeña o a mis amigas porque es desagradable y horrible. No quiero que me pase más. Yo ya tengo bastantes complejos, como para, encima, tener el complejo de puta. Ojala supiéramos que hacer para no ceder al furor y a la impotencia. Esta situación a día de hoy es incomoda y inaguantable.

I’m Black, yes… But I’m not a prostitute.


Dedicado a Marie, porque se lo prometí.

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