jueves, 1 de diciembre de 2011

SAR...


Dice Patrick Rothfuss en uno de sus libros, que la mente tiene cuatro puertas para alejarse del dolor. Y una de ellas es el olvido, proporcionado en parte por el paso del tiempo. ¿Pero qué hace la mente cuando aún no ha pasado tiempo? ¿Qué salida tiene, para no dejarse llevar por la locura del dolor, de la rabia y de la pena?

Mi nombre es Sar.
El principio de mi vida sólo tuvo de particular que un día, mi padre nos abandonó y se fue. Y mi madre, no sabiendo qué hacer y con tres hijos a su cargo creyó coger la decisión correcta y nos dejó a cargo de mi abuela en Senegal. En aquel momento, con mis siete años encima, nunca pensé que hubiese tristeza más grande que la ida de mi madre y la ausencia total de un padre.
La vida me ha enseñado a lo largo de todos estos años, que no hay un cupo para las desgracias, porque muy rápidamente, empezaron los episodios más horrendos de mi vida. Dicen “Ojala que Dios no nos eche todo lo que podamos aguantar.” A mí, el destino me ha echó muchas cosas. Lo que no sé es cómo no me volví loca…

Aún recuerdo mi niñez, con miedo y con aversión. Un horror con taquicardia que hasta el día de hoy, me impide ser feliz. No soy feliz. O a lo mejor sí que lo soy, porque creo que he aprendido a vivir con aquello. Me es fácil disimularlo. Lo he hecho toda mi vida.

Me llamo Sar y he sido violada.

Esta es la historia de mi vida. La historia de mi dolor y de tantos años de rabia sorda e impotente. Años de una inocencia tarada acompañada de terror y de incredulidad.

Me llamo Sar y tengo mucha rabia dentro de mí. Rabia cruda contra mi familia, los que estaban allí, rabia por el abandono de mi padre y rabia por haber sufrido todo tipo de violaciones físicas sin que nadie hiciera nada.

- ¿Qué pasó?

Vivíamos en una casa familiar, con todo lo que conlleva una familia africana. Tíos, tías, primos lejanos... Todos en casa de mi abuela. La primera vez que mi tío me tocó, yo tenía siete años. Aún lo recuerdo como si fuera ayer. Demasiada niña, recuerdo que me quede atónita. Me amenazó abriendo grandes sus ojos, y me dijo que me pegaría si le decía a alguien que me había cogido por el cuello para introducirme su miembro en la boca, forzándome. Han pasado ya varios años, pero sigo sintiendo el asco de aquel primer día. Sigo sintiendo sus manos agarrándome e impidiéndome huir. Yo no entendía nada. La cosa se repitió varias veces. Me dolía la boca y toda la mandíbula. Y pensé que tenía conciencia del dolor hasta que un día, tapándome la boca, me penetró por detrás.

Dolor. Dolor. Sí… Dolor. Dolor de la niña de siete años que yo era y dolor de la adulta de veinte-y-dos años que soy ahora y que llora porque su infancia da pena. Durante un tiempo, me quede en shock. Me quede muchos días sin habla. No podía hablar.

- ¿Y nadie lo sabía? ¿Nadie notó nada?

¡Claro que lo sabían! Pero nadie hizo nada. Durante años de mi vida, he tenido aversión a mi madre por dejarme en aquella casa y volver a irse… Venía a vernos y se volvía a ir. Yo no quería que me dejase. Quería que me llevara con ella, allá donde fuera. Comer de la basura si hiciese falta. Pero se iba...


Cuando venía mi madre, él me dejaba en paz. Pero cuando se iba, la cosa empeoraba. Mi tío me llamaba cada dos por tres a hacer los deberes en su habitación. Negarme a ir, para mis tías y para mi abuela, era un motivo claro de mis pocas ganas de “ser alguien en esta vida”, como decían ellas; “Y más cuando un ser bienhechor como él, quería ayudarte. “Tendrías que estar contenta de que alguien te tienda una mano” me decían. “Ingrata” decían otras. Me hubiera encantado decirles que no era así, y que detrás de la puerta de su habitación, no paraba de tocarme y de introducirme cosas. Pero tenía miedo. Os lo juro que tenía miedo. Ahora, libre, no me puedo explicar, por qué no hice nada y por qué nunca dije nada. Ahora me parece increíble que hubiera vivido todo esto sola, sin nadie a quien confiarme…

Recuerdo a día de hoy las velas, a las que tallaba la punta para ir introduciéndomelas, cambiando cada día el tamaño porque decía que yo era muy estrecha. Claro que sí que lo era. No tenía ni diez años. Yo me ponía a llorar y le suplicaba porque aparte de dolerme, me aterraba. Y entonces, él me tapaba la boca y sentía como se me retorcían los dedos del pie de dolor cada vez que me introducía las velas, porque las notaba hasta en mis intestinos. Cuando empecé a tener tetas, me las pellizcaba. Dolor. A veces, casi se me oscurecía mi visión, de tanto dolor que sentía. “Para que se te hinchen un poco” me decía. “Pareces un palo”.

Y este calvario duró años y años hasta que a los 16 años, un día, me fui.

Me llamo Sar y esta es la primera vez que explico públicamente mi historia. La gente tiene historias bonitas, otras no tan bonitas, pero yo sólo tengo los recuerdos de mis violaciones. Nada más. Unos recuerdos que llegan con la misma violencia que la propia violación. Ahora quiero denunciar porque últimamente no puedo dormir y porque no quiero que esto le vuelva a pasar a nadie de mi familia, ni a nadie nunca. Y porque me inunda una ira profunda al pensar que él me destrozó mi vida, incapacitándome a disfrutar con otras personas. ¿Sabrá él, que me quedo bloqueada con otros hombres? ¿Sabrá que cuando hago el amor con un hombre, sólo me vienen a la cabeza las sacudidas dolorosas que me daba él? ¿Sabrá él, que cuando hago el amor con alguien, me quedo mirando el techo, tal como lo hacía con él, esperando que acabe? ¿Sabrá él, mis temores de hoy? ¿Qué sabrá él?

Me llamo Sar y fui violada durante diez años de mi vida.

¿Que nadie lo supiera en nuestra casa? Hipócritas todos. No es malo solamente él que lo hace, sino también todos los demás que lo saben y se callan sin hacer nada. Recuerdo cuando a los nueve años, pillé una irritación y una infección gravísima, no dijeron nada. Mis tías me dieron una medicina de aplicación y cuando me curé, él volvió a sus andadas.

Hoy, después de muchos años, hablando un día con ella de mis violaciones, ella se puso a llorar. Vi horror y rabia en sus ojos, y supe de inmediato que ella no sabía nada, no como mis tías que lo sabían y no hicieron nada. Me alivió pensar que mi madre no era cómplice. Me explicó que cuando yo tenía seis años, echó a otro tío mío de mi casa, porque no paraba de tocarme. Yo ni lo sabía. Mi mente lo había borrado. Cerdos despreciables, hombres con apariencia normal, pero que después eran obscenos, indecentes i enfermos. No sé cómo puede existir gente así, que escondidos trás la religión y la dura educación africana, se permiten todo. Vi mi madre rabiosa e impotente. No sabe qué hacer, ni qué decirme. Vi cómo le temblaban las manos y supe de inmediato que no se lo iba a perdonar jamás, cuando me dijo: “Cariño, lo siento…” y me alivia su determinación cuando me dice que tenemos que denunciarlo y que ella estará a mi lado hasta el final...

¿En qué mundo vivimos en África, que unos padres dejan sus hijos sin mirar atrás? ¿En qué mundo vivimos, que unos son testigos de una violación y giran la cabeza de lado? Me hubiese gustado que en mi país se potencie el amor familiar y unas leyes para que los padres no abandonen a unos hijos que ellos mismos han querido tener. Yo no pedí nacer. Ese valor que tienen los blancos, nosotros no lo tenemos. Y esas leyes que tienen aquí en Europa, tampoco los tenemos.

Durante años he sentido vergüenza, vergüenza de ser una mujer violada. Vergüenza de que la gente lo supiera. De ser la chica violada del grupo, y pensé que la gente me miraría mal si lo supiese. Me torturaba a mi misma. Una vez, incluso, pensé en suicidarme, para acabar con este sufrimiento, porque a veces, me invaden los recuerdos de manera tan fuerte… No puedo hacer el amor con nadie. Me aterra.

Y Sar hace un esfuerzo para no llorar. Así rato que su voz suena nasal, pero se esfuerza para no llorar. No quiere dar pena. Sólo quiere gritar su rabia. Veo en su mirada, lo grande que es su rabia, su dolor y una impotencia que la tiene marcada y alejada de los placeres cotidianos. Fantasmas del pasado imposibles de dejar atrás. Veo en sus ojos, el sufrimiento de aquella niña, que no tuvo infancia, ni tampoco adolescencia. Y nosotros, pobres infelices a cualquier cosa le llamamos “sufrir”.

Una violación que a Sar le ha destrozado la vida. ¿Cuál es está África? Un África en la que hay violaciones impunes. ¿Qué habrá que hacer, para que esto cambie?

Negra, guapa, alta y esbelta.

Sar es mi amiga.