martes, 25 de septiembre de 2012

LAS TRENZAS AFRICANAS.


Ayer, en aquel espacio europeo que a veces es una cárcel social, coincidí con una mujer. Sí, ayer en el ascensor coincidí con una mujer. Casi no la miré, porque acostumbrada al estilo europeo, me alejé de su presencia. Qué diferencia con lo que yo era recién llegada a Europa, cuando saludaba a la gente en los ascensores y en el metro…

Pues ayer, en aquel ascensor casi ni miré a la mujer. Y con aquel silencio que ya ni es incomodo, y absorta en mis pensamientos, sobresalté cuando me dí cuenta que ella me miraba fijamente.

-         Estas trenzas duelen ¿Verdad?

Me toqué la cabeza. Casi no recordaba que llevaba trenzas. ¿Qué si dolían las trenzas? Claro que duelen. Duelen más que parir. Un dolor espeso y fuerte que te invade desde la planta del pie hasta la punta de los vellos…

-         Sí… Duelen.
-         Es que así tan estirados… No sé por qué las negras os hacéis trenzas. Si duele tanto, ¿por qué os las hacéis?

En los países africanos, las mujeres suelen trenzarse. Y se trenzan porque es la única manera de que el pelo esté entretenido y para que crezca. Y hay una tal diversidad de trenzas que hacen que los estilos de peluquería de aquí, se vuelven simples.
Hay trenzas sueltas, pegadas, con extensiones, trenzadas a tres, trenzas de dos, trenza de una… Cada uno de los modelos con su nombre, con su época, su categoría social, su edad, su precio y su tiempo de dedicación. Después de todo, las chicas de servicio no tienen el mismo poder adquisitivo que las señoras de la casa por lo que no pueden llevar el mismo peinado. Y de la misma manera, una niña pequeña no hará las mismas extensiones finas, largas y dolorosas que una mujer mayor. De esas misma otra manera, como nos lo decían en el Cole, una científica no tiene tiempo para trenzas por lo que teníamos que ir con el pelo corto.

Pero ojo. No todas las trenzas eran permitidas, en alguna época, se puso de moda el pelo Makoma, que era un afro postizo que llevaban las chicas en la época. El estilo Makoma era tajantemente prohibido porque en clase, los de detrás del pelo bola-afro no ven, a parte de que es un punto de distracción bastante evidente…

Pero por encima de todas esas características, las trenzas duelen. Amasar el pelo, atraparlo y recogerlo para la trenza… duele. Y duele mucho. Trenzas, símbolo de feminidad, de belleza y de higiene personal. La gran mayoría de las mujeres africanas se trenzan. Aunque duela, casi todas las mujeres se trenzan.

Miré a la mujer y me pareció absurdo que no lo entendiese. Y más absurdo me pareció aún porque no era ella, la única en preguntarme aquello.

Aquí, las mujeres se depilan a cera caliente. ¿Acaso ellas no se depilan aunque duela? La primera vez que lo vi me pareció absurdo, pero no por ello iba preguntando a la gente cada vez, por qué se depilaba. Al contrario lo entendía. Sabía que la que se depilaba aunque fuese algo doloroso, sabía que era por su belleza personal y por su higiene.

Aquí gritan cuando se depilan y sin embargo lo hacen.
Aquí lloran cuando se depilan, y sin embargo lo hacen.
¿Entonces por qué no entienden que yo me trence aunque me duela?

Y de repente me supo mal…Aquella mujer no tenía porque pagar por todas las que me habían preguntado alguna vez lo mismo. Y justo cuando aún iba buscando una respuesta sin saber qué decirle, el ascensor llegó a destinación. La mujer se quedó mirándome las trenzas y moviendo la cabeza en signo de no-entendimiento.

Y yo, pues le sonreí y me fui.



martes, 18 de septiembre de 2012

TEMÁTICA DE PROVERBIOS: EL ANO.


No me preguntéis por qué, pero el ano está muy presente en la sabiduría africana. Ano, como un conjunto inamovible que representa lo mismo en todas partes. Ano como parte indubitable del ser humano, pero que muchas veces tiene que estar escondido, en la cultura oral y escrita, para no herir sensibilidades en este mundo en el que todo es ofensivo.
A nosotros nos da igual. Un ano es un ano, nada más. Por esto, en estos proverbios solo hay que ver el ano como lo que es; Pues eso: un ano.

- El que come piedras confía en su ano.
- Si te agachas para mirarle el ano a otro, recuerda que tu propio ano está abierto.
- Reírte del ano de tu vecino no es un crimen, pero invitar a todo el mundo a que lo haga, es inadmisible.
- Por muy grande que sea tu culo, jamás ahogará tu ano.
- Si los testículos dicen que el ano huele mal, pues que se vayan.
- Todo lo que entra en la boca no sale necesariamente por el ano.

Supongo que muchos, no necesitan explicación... Pero si hay alguno que se os escapa, preguntad a la oradora. 

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

ÁFRICA DE AYER: GHANA Y MALI, DOS ANTIGUOS IMPERIOS AFRICANOS.


África de ayer, memoria de los ancestros, imperios y reyes, batallas y conquistas, leyendas y cuentos. Esa también es nuestra África, tanta Historia desconocida.
Y para empezar en este gran viaje, el texto de Manuel Serrat Crespo, traductor y autor de varios libros, divulgador de la cultura de los países africanos francófonos…

A 350 kilómetros al norte de Bamako, en la actual república del Mali, la monotonía de la sabana se rompe de pronto para ofrecernos, puesta al descubierto por excavaciones y búsquedas la tumba de una ciudad. Sus ruinas nos hablan de una gran urbe comparable, por extensión y número de habitantes, a las que en su tiempo -siglos XI y XII- comenzaban a levantarse en Europa fruto del incipiente desarrollo del comercio y la artesanía. Es, al parecer -pues los estudiosos no se han puesto de acuerdo al respecto-, Kumbi, la antigua capital del legendario país del oro, origen y objetivo de caravanas que, atravesando el infierno arenoso del Sahara, ponían en contacto las riberas mediterráneas con las riquezas de Ghana, el primero de los imperios sudaneses de que dan noticias las crónicas de los viajeros árabes.
       
 Y cuando se contemplan esas ruinas, cuando se comienza a conocer una historia rica en acontecimientos y en convulsiones, sorprende la ignorancia, el absoluto desconocimiento que rodea -en España- los avatares de los reinos y los imperios del África subsahariana. Para cualquier español, el continente africano es, todavía, un amasijo de chozas de barro y salvajes emplumados cuyas características permanecen inamovibles generación tras generación, o simplemente se piensa en este continente como el feudo de tiranuelos más o menos ridículos, más o menos sangrientos que sumergen sus países en un caos político. Nada se sabe de su pasado y, sin embargo, el imperio de Ghana (que nada, o muy poco, tiene que ver con la Ghana actual -este país, situado en el Golfo de Guinea, tomó después de su independencia el nombre del antiguo imperio subsahariano-) fue fuerte y glorioso cuando Europa vivía las «tinieblas de la Edad Media». Fue fundado en el siglo IV de nuestra era, al parecer por una dinastía blanca substituida, inmediatamente, por los negros sarakolé. En el siglo VIII, sus soberanos elaboraron una compleja y perfeccionada administración pública, en la que no faltaban ni siquiera las tasas e impuestos a la importación y exportación de productos, y su riqueza en oro, cuyo origen era celosamente ocultado a los extranjeros, le convirtió en el principal proveedor del metal precioso para el área mediterránea, antes del descubrimiento de América. Ese esplendor, naturalmente, debía despertar las ambiciones y las ansias de conquista de quienes lo conocían, y el centenario imperio ghaneano tuvo que sufrir la invasión de los almorávides que, no obstante, tardaron un cuarto de siglo en apoderarse de su capital y no pudieron permanecer en ella mucho tiempo, marchándose sin dejar otra huella de su paso que una superficial islamización de las clases dirigentes sarakolé que justifica -a decir de los entendidos- la ausencia de figuras humanas en las artes del imperio.
       Tras la partida de los almorávides, llamados a sus conquistas hispanas, Ghana siguió subsistiendo como imperio, herida ya su pujanza que debía inclinarse, por fin, ante el empuje victorioso de Sundyatá, el león del Mandinga.



Amadou Hampaté Ba, escritor y sabio -con esa sabiduría tradicional africana que no es la riqueza de conocimientos sino la profundidad en la contemplación- ha dicho que hoy cuando, en África, muere un anciano su muerte representa lo que representaría en Europa el incendio de una biblioteca, porque la historia y la narrativa, la leyenda y la poesía africanas no existen, en su mayor parte, más que oralmente; África -el África subsahariana- es un universo de literatura oral, un universo cuyos conocimientos se transmiten de padres a hijos, de maestro a discípulo, y hoy los hijos, los discípulos, han desertado masivamente para alinearse en las filas del transistor y el automóvil, tal vez de la medicina y la ingeniería. Pero antes de la catástrofe final, antes de que los «bulldozer» derriben el último gigante de la selva cada vez más amenazada, antes de que todo un universo desaparezca tragado por la climatización y el asfalto, nos ha sido posible acercarnos todavía a la voz de los «griots», esas bibliotecas africanas, los hombres que acumulan y se hacen portavoces de la historia de todo un pueblo, para escuchar de sus labios el esplendor del Mandinga, el imperio del Mali.
       Cuando, en 1240, Sundyatá destruye y se apodera de la antaño poderosa Ghana, «el hombre de los múltiples nombres contra quien nada pudieron los hechizos» ha entrado a formar parte ya de la leyenda (o de la historia) africana. Nada le detuvo, ni el destierro, ni las intrigas familiares; sabiéndose elegido para un destino poco común, príncipe a quien los augures habían vaticinado un imperio, Sundyatá, «hijo del búfalo», recompuso y organizó un reino que tras la muerte de su padre se había dividido y caído en manos de Sumaoro Kanté, el hechicero rey de Sosso. A orillas del Sankarani, afluente del padre Níger, Niani -la ciudad cuna y tumba de Sundyatá- fue llamada, a partir de entonces, Niani-ba (Niani la grande), tal era el auge que adquirió la urbe; los mercaderes la engrandecieron y los emisarios llegaban de los cuatro puntos cardinales para pagar su tributo y someterse al rey del Mandinga.

Pero las conquistas malinké (que así llamaban los vecinos fulbé a los hombres del Mali) no debían detenerse tan pronto; empujado por los relatos de los «griots» que le hablaban de Dyul Kara Naini -el rey que, partiendo del este, llevó al occidente su poder y su imperio- Sundyatá, el último de los siete conquistadores del orbe, quiso emular sus proezas y, como el mismo Dyul (a quien los europeos conocen por Alejandro Magno), pero en sentido inverso, Sundyatá partió de poniente para dirigir hacia el este la fuerza de sus ejércitos.
       Inmensas fueron las posesiones y las riquezas del Mali, su fama traspasó el desierto en todas direcciones y los islamizados príncipes mandingos acudían a La Meca para realizar la peregrinación ritual. En 1324, Gongo Muza, el más grande de los sucesores del «hijo del búfalo», se dirigió a la ciudad santa acompañado por un inmenso séquito, cuya riqueza llenó de asombro y admiración a los hijos del Profeta; y, cuentan las crónicas, era tal la generosidad del soberano mandingo, tal la largueza de sus limosnas, que la cotización del oro cayó en los mercados de El Cairo durante el paso de su comitiva por la ciudad. A su regreso, Muza se llevó consigo al Mali numerosos y reputados artistas y filósofos árabes que hicieron de su corte un emporio de cultura que mantenía continuadas relaciones con los reinos de Marruecos y de Egipto.
       Sin embargo, como todos los demás, también el poderío mandingo se derrumbó aplastado por la decadencia de sus príncipes y por la rebelión de los pueblos sometidos ante las arbitrariedades de los administradores imperiales. Los songhai, tributarios del Mali, se liberan; los tuareg se apoderan de Tombuctú en 1435 y los mossí de Uagadugu llevan sus «razzias» hasta más allá del Níger. Son precisamente los songhai quienes heredarán la hegemonía malinké, reeditarán sus fastos y continuarán la tradición de los imperios sudaneses; también sus príncipes viajarán a La Meca dejando admirados, con su lujo, a los árabes; también su capital -Gao-, a orillas del gran río Níger, espina dorsal y camino de todos estos reinos, se convertirá en un brillante centro de cultura y comercio.
       Pero las tierras sudanesas comienzan ya a ser agitadas por un nuevo y definitivo cataclismo, en los horizontes atlánticos comienzan a perfilarse las velas europeas y los exploradores blancos empiezan a trazar por el desierto, la sabana y la selva, las sendas de la colonización. Pronto la naturaleza se cerrará sobre los antiguos palacios y el harmattan, el viento ardiente del Sahara, silbará sin eco sobre los huesos de los emperadores olvidados.
       
        Sólo de vez en cuando, bajo el techo de paja de una choza o las ramas frondosas del árbol del juicio y las discusiones, un «griot» templará las cuerdas de su kora y recitará, para oyentes cada vez más escasos, las proezas y el esplendor de los ancestros:
       «Oh, hombres de hoy, cuán pequeños sois al lado de vuestros antepasados, y pequeños en espíritu, pues os es difícil captar el sentido de mis palabras... En Keyla, el poblado de los grandes maestros, he aprendido los orígenes y la historia del Mandinga...»


De Manuel Serrat Crespo. Destino nº 2152, enero de 1979 - África de ayer y hoy (1)

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martes, 4 de septiembre de 2012

ALLÍ...


Y aquí estoy, con los mismos miedos y las mismas emociones. Una tristeza nostálgica que aviva mi pesar.
Nada me alivia esta pena que llevo y que me pesa enormemente. ¿Dónde está mi casa? ¿Dónde está mi gente? ¿Dónde está mi ser y todo lo que representa mi existencia?

Allí…
Todo está allí.
Lunes interminables y cielo estrellado. Olor de la tierra y de la propia existencia.
Quiero volver a casa y reunirme con los míos.
¿Que qué tengo allí? Todo.

Mis amigos están allí. Mi gente está allí. Mi madre y mi padre también están allí.
Mis primos están allí, igual que mis tías y todos mis sobrinos… Están todos allí.

Todos, menos yo.

Amigos de mi corazón, familia de mi vida. Mi pequeñita vida, tan frágil y tan lejos. Muchos caminos me llevan allí, pero la ruta es muy larga y muchas cosas me separan de vosotros… estoy sola, estoy triste y miedosa. El sitio que me es más difícil dejar, no es este. Agrio sabor del exilio y de la frustración de los deseos cumplidos. 

He dejado todo atrás: los caminos de mi pueblo, las risas de mis amigos, las mascaras de la gente como yo y las comidas en familia. He dejado atrás los olores de mi tierra natal, los colores de nuestras costumbres y los niños que corren a sus juegos, ajenos a mi pena. He dejado atrás los ojos de mi padre, la sonrisa de mi madre, mi único amor de todos los tiempos y mi propia identidad. He dejado tantas cosas… A lo mejor, también he dejado oportunidades… he dejado atrás mi vida y sin darme cuenta me he ido corriendo hacía una realidad abrasadora pero insulsa.

Mi dolor es sordo. sordera melancólica de los recuerdos que ahora mancilla mis días aquí.
¿Acaso es allí mejor que aquí? ¿Acaso es aquí mejor que allí?

Júpiter No me responde. Y mi pena, mi gran pena se embota y me aplasta.

Besos a todos desde un aeropuerto gris y triste.

Yaïvi.

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