lunes, 27 de mayo de 2013

SOCO...

 
“Puedo ser pobre materialmente, pero la cantidad de gente que me rodea y lo que me están dando no tiene precio.”

Esto es lo que dice Soco. Una mujer fuerte y decidida pero a la vez tierna y resuelta. Y lo dice con su carácter y con el caparazón de las que han sufrido mucho. Para ella el trabajo es un valor. Signo de tierra, tiene los pies en el suelo. Crítica y exigente, también lo es consigo misma. Familiar, aunque independiente, Soco es todo contradicciones. Parece cautelosa, pero esto es sólo el resultado de una larga vida jalonada de obstáculos.
Muy organizada, metódica y ordenada en sus ideas, lo planea todo y analiza cada paso que da.  Es Integra, honrada y lo que le prima por encima de todo es su dignidad y sus principios. La dignidad como bandera y los principios como ideología.

-         ¿Por qué te fuiste de aquí?
-         Porque ya no podía más. Después de muchos años de lucha, creo que he tomado la decisión correcta. Desde mis años de monja hasta ahora, he tenido que superar muchas cosas…
-         ¿Fuiste monja?
-         Si.
-         ¿Empezamos por el principio?

A los 8 años, conocí a la hermana Adela. Era una de las monjas que había en nuestro pueblo. Hacía cosas que ningún blanco hacía. Entraba en sitios pobres, hablaba con gente necesitada y no le importaba. Me fascinaba. Para mí, era un ídolo, un ejemplo a seguir. La idealicé porque para nosotros, en aquella época los blancos eran semidioses. La admiraba y quería ser como ella. Y un día, la Hermana Adela en medio de unas clases en nuestro colegio, preguntó: “¿Quien quiere seguir a Jesús?” Éramos casi 80 niños. Y yo a mis 8 años, tímida y reservada que era, fui la única que levantó la mano. Y la hermana Adela me miró...  Siempre recordaré aquella mirada. Además ella era blanca y esto me cortaba mucho.

-         ¿De verdad querías ser monja?
-         Sí.

Y desde aquel día, la Hermana Adela empezó a ayudarme. Me dijo que era muy pequeña y que tenía que esperar a ser un poco más mayor para poder ser monja. Y yo me apliqué, hice de todo para seguir aquel camino nuevo que se me abría a mí...

A los 15 años, Adela se fue a ver a mi madre y le dijo que quería enviarme a España en un convento, a ver si seguía gustándome aquello de ser monja. Y mi madre se negó.
Rabia, hormonas y pubertad. Empecé a salir con un chico. La Hermana Adela lo supo incluso antes que mi madre y me daba consejos. Pero como todos los amores de juventud, la cosa se frustró y la relación se acabó. Me quedé desorientada y sin rumbo. Me imaginé embrazada a los 18 de cualquier chico con sentimientos de pacotilla. Era o esto o la propuesta de la Hermana Adela de irme a España a estudiar y a la vez pensar si quería volver retomar mis antiguas convicciones de monja...

Y el 25 de agosto de 1996 Soco llegó a Madrid.

-         ¿Cuál fue tu primera impresión?

Ciertamente llegué a Madrid. Mi primera impresión fue brutal y con las monjas de Madrid, no encaje mucho... Desde el principio ya empecé a tener problemas. Vivía con otras tres Hermanas que eran del sur de España y hablaban un español que para mi era un poco costoso de entender. Me dijeron que llamaba demasiado la atención y esto me costó una que otra putada. Aún recuerdo aquel día en el medico. Me hicieron hacer unos análisis de sangre para una revisión de rutina. No me dejaron entrar para oír el resultado que daba el medico. Una vez en casa, y yo nerviosa sin entender sus caras graves me sentaron para explicarme lo que les había dicho el médico. Me dijeron que tenía una enfermedad muy grave y muy contagiosa.
Decidieron aislarme. Tenía que estar en cuarentena. Comía sola y usaba platos y vasos de plástico de un solo uso. Todo lo que yo tocaba, lo limpiaban. Me dijeron que era necesario y que yo lo tenía que entender. Mi aislamiento duró unos cantos meses, unos meses largos de soledad. Yo no entendía nada y pensaba que me iba a morir pronto. ¿Qué queréis que os diga? Acababa de llegar de África, inocente e ingenua y estaba sola, sin nadie a quien preguntar nada. Esto duró hasta que un día se murió mi abuela. Y me dejaron llamar a mi casa… Cuando oí la voz de mi madre, se me hizo un nudo en la garganta. Y con la desesperación de los que han estado lejos de casa, sólo alcancé decirle: “Mama, cuando vayas al pueblo, dile a la Hermana Adela que quiero volver...que dicen que estoy muy enferma…”
Es que para morir, prefería morir en mi tierra, con mi gente... Y unos días más tarde, la Hermana Adela llamó para sacarme de allí…  

Me dijo que en lugar de volver a Guinea, era mejor que me fuera a otra comunidad en Barcelona, para hacerme otras pruebas medicas a ver si allí podía encontrar alguna cura a lo que tenía...

Así acabe en Barcelona, más concretamente en Rubí, en un congregación de monjas jubiladas que parecían diferentes a las que yo había conocido  en Madrid. Una vez en Barcelona, me llevaron al Clínico y me volvieron a hacer varias pruebas. Allí, nos dijeron que no tenía nada. Que estaba un poco baja de defensas, pero que no tenía nada. Nada…  Las monjas de Barcelona también se quedaron sorprendidas. Les habían dicho desde Madrid que yo estaba gravemente enferma. Me dijeron en el Clínico de Barcelona que si quería, podía denunciar a aquel médico de Madrid. Me deje guiar por las monjas de Barcelona y al final decidimos no denunciar a nadie. Perdonar era uno de nuestros lemas…
En mi nueva comunidad estuve un año. Nunca antes había visto monjas viejas y allí las vi todas. La de menos edad tenía 65 años. Y ellas tampoco habían convivido nunca con una negra y allí me vieron. Con ellas estuve muy bien y allí me saqué el graduado escolar. Empecé las clases de catalán y el año siguiente entré en una Casa de Formación. Me tuve que trasladar otra vez y dejar atrás aquella congregación de Rubí donde tan bien se me trató.

En la casa de Formación, vi cosas raras… Monjas egoístas, una directora que imponía sus propias reglas, personas rancias... También tuve que escuchar comentarios y preguntas absurdas de los blancos sobre los negros. Ignorancia. Me decían que a las monjas africanas les costaba aceptar los votos de castidad porque allí en África el sexo era muy al día... Me trataban como una tonta. Yo quería estudiar magisterio pero me dijeron que para lo único que servía era para Ciencias Religiosas. Ero o esto o nada. Me negué y entonces me pusieron para ir a limpiar una residencia de abuelos.
Y un día me rebelé y dije “Basta”. Exploté con la rabia de tantos años reprimida y por tantas injusticias hacía mi persona. Estaba cansada de que me tratasen como a una estúpida y de oír cada día que yo no servía para nada. Y cuando yo pensaba que no podía ir a peor, empezó a ir todo mal. “No eres un buen ejemplo. Eres un problema.” me decían. Allí había otras chicas de guinea y me prohibían hablar con ellas… Abrían las cartas que me llegaban. Tenía ataques de rabia y de ansiedad y al final, me buscaron un psicólogo… Con el tiempo me enteré de que el psicólogo les contaba con pelos y señales todo lo que yo le explicaba. Entonces empecé a inventarme historias para el psicólogo. Le explicaba historias rocambolescas y me inventaba traumas y tramas sórdidas para no tener que explicarle nada de mi vida. Recuerdo aquella época de mi vida con mucha aprensión. Yo sólo tenía 25 años y me pesaba todo. Estaba sola y me sentía incomprendida y maltratada. Me lo pasé fatal. Engordé 120 kilos.  Me sentía fracasada…Yo había venido para otras cosas, yo había venido a España pensando que estaría bien. Nunca me había imaginado que alguien podría tratar así a otra persona. Jamás. Estaba mal, muy mal. Estuve dos años sin tener la regla y me notaba cada vez peor anímicamente. Y allí fue cuando decidí acabar con mi vida. Me intenté suicidar…

Me sentí mal por intentar suicidarme, me sentí egoísta e inmadura. Pensé en mi madre, en mi gente y me sentí cobarde por querer dejar este mundo sin pensar en lo que sentirían ellos. Tenía que hacer algo. Ya no podía seguir así… Allí, entre lágrimas, fue cuando tomé la determinación de ir a hablar con la directora. Ya era hora de cambiar las cosas. Le dije que necesitaba mi libertad, que necesitaba estudiar y que necesitaba irme de allí. Aún recuerdo a día de hoy aquella frase que salió de su boca y que muchas noches de mi vida sigue allí como un interrogante encima de mis proyectos.

“No sirves para nada más que para monja.”


 Y así me marché de allí. Me fui. Nueve años de mi vida frustrada y con un poco de temor por haber abandonado la congregación, lo que era un signo de mal augurio. Me fui con 100 euros en el bolsillo y sin saber nada de la vida. Quería volver a Guinea para explicarle a la Hermana Adela porque perdí la confianza en aquello que tanto representaba para mí... Quería decirle que estaba decepcionada, que sentía en mí la frustración de una realidad idealizada… Y en 2002 colgué los hábitos y me volví a Guinea, con el dolor de tantas cosas sufridas y con la rabia de tantos anhelos sin cumplir...

Cuando les expliqué mis peripecias a las monjas de Guinea, se pusieron a llorar. La Hermana Adela me pidió perdón. Yo no sabía qué decir a mi madre. No sabía como explicarle que todo lo que siempre había creído me había resultado ser una farsa, una humillación y una tomadura de pelo. Pero con este arte que tienen las madres que saben ver dentro del corazón de sus hijos, ella me entendió.
“-  Si una mujer no se entiende con su marido, se separa. Todo el mundo es libre de separarse de algo o de alguien con el que no se entiende...” me dijo. Y yo me quedé tranquila. 

Volví a España unas semanas muy tarde. Una amiga me propuso volver para vivir con ella.
Sonia.
Hasta el día de hoy sigo admirando la generosidad de tanta gente como ella, que no formaba parte de ninguna congregación. Con Sonia tenía un techo, tenía comida. Me ayudó en todo.
Las monjas, al enterarse de que yo estaba en España, fueron a la delegación del gobierno para pedir la suspensión de mi tarjeta de residencia permanente... Vi hasta qué punto puede llegar la maldad. Pero no una maldad cualquiera sino la de gente que sólo jura bondad. Y otra vez estaba con problemas y preocupaciones. No podía trabajar sin tarjeta de residencia y  supe lo que era vivir sin trabajo y sin tener nada de dinero. Me costó horrores recurrir la sentencia de la supresión pero con la ayuda de Sonia, lo conseguí.
La verdad es que estaba muy bien con ella, pero quería ser autosuficiente, valerme por mi misma... Al final, acabé encontrando un pequeño trabajo. Tenía que cuidar a una señora enferma de Alzheimer. Con esta señora, vi el ser humano en su estado más dependiente. Lo que más me gustó de aquel trabajo era ver que sí que valía para otras cosas… Después de este trabajo, hice de todo. Fui dependienta en una tienda, también fui mujer de la limpieza. Limpiaba casas, discotecas... También fui monitora, cuidadora de ancianos, de niños, colaboré con asociaciones... hasta que al final acabé en un Ayuntamiento en Mataró.
¿Qué como fui a parar allí? Pues necesitaban gente dinamizadora de Entidades de inmigrantes. Cumplía con el perfil y me cogieron. Y a la vez que trabajaba allí, me seguí formando, porque formarse es enriquecerse de más conocimientos. Aunque sigo teniendo en mi la frustración y la espina de no haber estudiado magisterio, que era lo que yo había querido desde siempre...

Me siento orgullosa de cada uno de mis trabajos. He tenido la suerte de conocer a gente que me ha brindado muchísimas oportunidades. Gente que me ha permitido valerme en una época en la que lo que más necesitaba era saber que yo valía para algo más. 
Al final creé una ONG para poder hacer proyectos de intercambios culturales. Quería quitar las malas imágenes que tenían los blancos de los negros y a la vez la visión que tenían los negros de los blancos. AFROCAT, mi ONG lleva tres años funcionando con exitosos proyectos.

Y se me acabó el contrato del Ayuntamiento y sin poder renovar por los recortes y por la crisis latente en varios países europeos, acabé engrosando la lista del paro, mi derecho por cotizar como cualquier otro ciudadano español... Pero no encontraba trabajo y se me acabó el paro y allí empezaron otras series de problemas, problemas que determinaron una decisión que volvió a cambiar mi vida.
Al no tener dinero, no podía pagar el piso donde vivía. Y algún que otro día me encontré en el dilema moral de ser o mala ciudadana o no poder comer. Tenía que decidir si pagar el transporte público o comprar el pan. No tenía dinero para vivir y muchos días, me he ido a dormir sin cenar... Al principio pedía ayuda a la gente, pero llegó a tal punto que ya no sabía como pedir... No me reconocía. Yo siempre había considerado los problemas como algo transitorios y en aquel momento me encontraba estancada en los problemas. La cosa sólo iba a peor.

Yo siempre digo que todos los problemas tienen solución y al final la única solución que he encontrado era volver a casa. Me dio un poco de miedo volver así, sin más. No tenía miedo al qué dirán, sino al desconocido, al no saber qué sería de mi vida, al volver otra vez a la casilla de salida...  Es que llegué aquí con 18 años y no podía ser que a los 35 años estuviera igual que antes. No tenía nada.
Siempre he sido luchadora pero no puedo luchar si no estoy bien...
No puedo dar lo que no tengo, la fuerza para afrontarlo todo.
Si no tengo trabajo, me lo invento. Pero en aquel momento ya no tenía nada que inventar… Tenía que estar tranquila, porque el equilibro es importante en los momentos críticos. En España, los propios españoles estaban mal... y yo tengo la suerte de tener otra casa en Guinea, de poder decidir volver. Me sentí afortunada, como quien tiene una ventaja... Y por esto decidí volver...

Cuando llegué allí, sentí un vacío enorme. Mis amigos de toda la vida ya se habían ido, la mayoría a vivir a otras cuidades, a vivir otra vida. Sentía una incertidumbre galopante y tenía pequeños bajones. Les dije a mi madre y a mis hermanos que quería hacer una pequeña pausa y que venía para estar allí con ellos una temporada. A lo mejor era solo esto. No lo sé...
Decidí ayudar a mi hermana a montar un pequeño negocio familiar haciendo de camarera en el bar que tenía ella. Y un día, por el contacto de un amigo, me llamaron de una empresa que dirigen españoles en guinea que necesitaba a alguien como yo. Y allí estoy ahora. Sé que este nuevo trabajo de ahora no es el final. Lo sé. Sé que ahora lo único que estoy haciendo es recargar pilas y hacerme más fuerte. No sé si hice bien en su día de marcharme y vivir todo aquello. Pero bueno. Siempre lo he decidido todo yo. De las cosas malas, hay que sacar cosas positivas.

-         ¿Te consideras tal como te ve la gente?

No. La gente me ve fuerte, pero yo no me veo así. Yo no soy fuerte. Sólo tengo capacidad de aguante. Y a lo largo de mi vida, he ido rechazando todo lo que me hacía daño. Tengo las mismas debilidades que cualquier otra persona. A veces me veo desastrosa y perdida, pero siempre intento buscar otras opciones, otras referencias. Todos los problemas tienen una solución. Porque quién tiene amigos, no tiene problemas. Y yo presumo de tener muy bueno amigos. Gente que ha estado a mi lado, caminando conmigo y otras veces cogiéndome de la mano.
Ahora aquí en Guinea, me siento satisfecha porque nunca había sentido ya de mayor el contacto con mi cultura. En Guinea crecí como niña y en España, me hice mujer. A veces me cuesta aceptar según que diferencia cultural. La gente de aquí me trata como si yo fuera de allí. A parte que no entienden que una mujer de mi edad siga soltera. Y cuando ya me exaspero me tengo que repetir que Barcelona no es Bata y que Bata no es Barcelona.

-         ¿Quién eres?

Pues no lo sé. Me produce conflictos personales intentar saber quien soy o como soy. Sé que me han modificado todo lo que he vivido, sé que cada relación que he tenido me ha enriquecido. Una amiga mía me decía siempre: “Las mujeres somos grandes...”. Lo único que quiero es cumplir mis objetivos y estar tranquila haciendo lo que me gusta. Y así a lo mejor podré sentarme y de verdad buscar dentro de mí lo que soy.

Y sonríe. Con sus mofletes y su mirada determinada. Una mujer rebelde, luchadora y peleona. Una amazona moderna que sólo sigues sus principios inalterables y su intuición.
Se le va relajada y feliz. Nunca había visto así a Soco, durante tantos años aquí en Barcelona. No sé si será feliz en su nueva vida. Pero sé que está tranquila.
La mujeres somos grandes. Qué gran verdad... Soco es una gran mujer.

Soco es mi amiga.


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martes, 21 de mayo de 2013

LOS REGALOS.


Una vez le regalé una falda a una chica que acababa de conocer. Simplemente me dijo que la falda era bonita y yo se la regalé. La chica se quedo de cuadro, porque no entendía por qué le regalaba aquella falda tan bonita si apenas no conocíamos.

Según las reglas básicas del antiguo Dahomey, entre amigos, conocidos, compañeros, vecinos o gente que acabas de conocer… puede haber regalos. Pues los regalos son ofrendas, algo que das al otro como muestra de afecto o de complacencia sin esperar nada a cambio simplemente porque te apetece.

Allí todo el mundo regala cosas y cualquier motivo es bueno para regalar algo. Los regalos son para dar a entender al otro que le tienes consideración.
Si a alguien le alabas un pendiente, se lo quita y te lo da.
Si le dices a alguien que la tela de su ropa es bonita, el día siguiente busca uno para ti.
Cuando a alguien le sobra algo, puede darle una parte a su vecino, aunque no tenga ninguna relación con aquel vecino. Puedes regalar cosas a una persona, el primer día que conoces a esta persona.

Regalos simples como muestra de una convivencia tranquila y de afecto mutuo.
Todo el mundo regala. Y los regalos se cogen como lo que son. Pues eso simples regalos. En estas sociedades hospitalarias, se regala al amigo de un amigo para mostrarle los buenos amigos que sois tu amigo y tú.  Y dar regalos también puede ser el principio de algo bonito…

Aquí, no hay naturalidad con los regalos y te tachan de fantasma, de rarito y de chalado.

En efecto, en el país de los blancos, no es lo mismo. Si regalas algo a alguien, sin ningún motivo de cumpleaños, embarazo o de décadas de amistad, se queda desconcertado e incomodo. No entiende que le regales cosas algo sin pretexto o sin finalidad alguna. No sé si es que los blancos no entienden este concepto pero si les regalas algo, se te lo niegan en la mano y se crea en el aire un ambiente tenso. Y les sabe mal, y no saben qué decirte y no quieren aceptarlo… y una cosa tan bonita como un pequeño regalo de nada, se vuelve algo raro o chirriante.

¿Por qué sólo tenemos que regalar cosas a la gente que conocemos?

No lo entiendo. El regalo es lo que representa la otra persona para ti. Dar algo a alguien simplemente porque te ha apetecido es la manera que tenemos para demostrar que a esta persona que esté en nuestros pensamientos. Si yendo por la calle veo un bolso que le gustaría a mi amiga se lo compro porque me apetece. Si compro para mí un anillo, también se lo puedo comprar a mi amiga porque quiero que llevemos el mismo anillo.

Aquí sólo las madres hacen regalos a sus hijos sin pretexto y con espontaneidad
Sólo las parejas se comprar cosas sin motivo y con naturalidad.
Pero la cosa se queda allí. Es raro ver a vecinos o simples compañeros dándose cosas aunque no tengan una relación profunda. 

¡Qué pena!

Entre amigos cualquier día es bueno para regalar lo que sea.
Entre compañero, regalar algo no debería ser tan embarazoso.

Si regalamos cosas a los dioses que no vemos nunca, ¿por qué no ofrecer también a las personas…?

Un regalo tiene que provocar alegría y una sonrisa afable, un grito de sorpresa y una risa fragorosa o un corte de aliento con los ojos grandemente abiertos y después de todo esto, un abrazo enorme y un “Gracias”. Nada más.
Los regalos son sinónimos de afecto, de aprecio y de amistad. De ternura, de sentimiento de de estima.

Un regalo es un elogio.


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martes, 14 de mayo de 2013

SIGNOS MATEMÁTICOS.

 

Nosotros teníamos muchos trucos para las matemáticas. Supongo que como en cualquier otra parte del mundo. Pero En muchos países del África más occidental, una cosa que caracteriza estos trucos era su fondo social. Un ejemplo caro era la regla de los signos matemáticos.

La regla de signos es la regla que da el comportamiento de los signos positivos y negativos cuando se conjugan juntos.

Aquí, lo resumen con base intuitiva y dicen que:  

El producto de dos números positivos es positivo: (+) x (+) = (+)
El producto un número positivo y uno negativo es negativo: (+) x (-) = (-)
El producto un número negativo y uno positivo es negativo: (-) x (+) = (-)
El producto de dos números negativos es positivo: (-) x (-) = (+)

Y allí para ayudar a nuestras mentes no curtidas y no afinadas por la edad temprana, nos transformaban las formulas en dogmas sociales.

El signo positivo es amigo.
El signo negativo es enemigo.

Por lo tanto…

El amigo de mi amigo es mi amigo: (+) x (+) = (+)
El amigo de mi enemigo es mi enemigo: (+) x (-) = (-)
El enemigo de mi amigo es mi enemigo: (-) x (+) = (-)
El enemigo de mi enemigo es mi amigo: (-) x (-) = (+)

Ya veis... Para nosotros, niños que éramos, nos resultaba fácil recordar las formulas con esos fondos cuyo sentido escapaban a nuestro entendimiento. Pero ¿acaso no es verdad que en una relación a tres, el enemigo de mi amigo es mi enemigo?
Ya sé que muchos dirán que hay que tener en cuenta el contexto sociocultural, las emociones, los valores y los objetivos de cada uno antes de enunciar una regla con una lógica tan primaria. Pero ¿de qué nos sirven tantos contextos y tantos matices? Yo quiero a toda la gente que quiere a la gente que quiero. Es así de simple.

Nos decían que las formulas matemáticas eran la vida misma y que se podían aplicar a cualquier situación social. Los amigos de mis amigos son mis amigos. Qué gran verdad.
Vivan las matemáticas sociales.

Qué cosas…

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