lunes, 7 de julio de 2014

LAS TRES POLTRONAS.


Érase una vez, en el país de la pereza, tres mujeres.

Aquellas mujeres eran reputadas por ser unas poltronas. Sí. Poltronas. Eran poltronas, perezosas, negligentes y vagas, muy vagas...

A las tres poltrones les encantaba dormir. Podían dormir horas y horas sin cansarse. De hecho incluso quedaban para dormir… Y dormían tanto que resultaba imposible despertarlas.

La primera era tan gandula y tan lizimusida que dormía de pie porque le daba pereza llegar a la cama. También le daba pereza cerrar los ojos por lo que siempre los tenía abiertos. Y una vez dormida, cuando cerraba los ojos se caía al suelo con tanta fuerza que hacia temblar la tierra.

La segunda era tan indolente y tan triquiniquis que cada vez que se sentaba se quedaba dormida y tan dormida, que sólo la podía despertar un terremoto o un maremoto. Y si algo la despertaba, se ponía se ponía a gritar, furiosa, con unos gritos agudos que podían hacer tronar.

La tercera era tan holgazana y tan espidistra que se quedaba dormida en cuanto pensaba en sábanas, en azúcar y en nubes. Dormía tanto que sólo un trueno estridente y fuerte la podía despertar. Y cuando despertaba, inspiraba tan fuerte de exasperación que aspiraba todos los sonidos y dejaba el mundo en silencio para poder seguir durmiendo.

Las tres poltronas vivían en su indegandancia y sintiéndose juzgadas por el resto de la humanidad decidieron irse a vivir juntas. Tuvieron la suerte de las vagas y se encontraron una casa tan bonita y tan encantadora que daba ganas de entrar a robar. Vivían juntas en una armonía ejemplar en la que la pereza se enlazaba con la gandulearía por el placer de ellas.

Una noche, sin embargo, un malintencionado ladrón que siempre había tenido la suerte de los ladrones vio la casa de las poltronas y no dudó en entrar.

Cuando entró, la vaga que dormía de pie y que nunca cerraba los ojos le vio. Quería gritar pero se sintió sin fuerza para hacerlo. Veía cómo el ladrón rebuscaba en la casa pero le dio palo pararle por lo que cerró los ojos para no verle más y cayó redonda, y más dormida aún,  al suelo haciendo temblar la tierra.
La tierra tembló con tal fuerza que la segunda poltrona se despertó de golpe y se puso a gritar enfurecida, encrespadísima, encolerizada, enervada y muy cabreada, sentimientos para ella nobles, porque la habían despertado. Vio al ladrón, pero sólo de pensar que tenía que levantarse a llamar a alguien le produjo más cansancio y más rabia por lo que siguió gritando. Sus gritos sonaron con tanta fuerza que desataron una tormenta que tronaba con una violencia eléctrica y con tanto ruido que despertó a la tercera poltrona. Ella, nada más abrir los ojos vio al ladrón. Tal fue su miedo que abrió grande los ojos e inspiró por la sorpresa dejando el mundo en silencio. 

Para el ladrón, todo había ido muy rápido. De repente había temblado la tierra, luego la tormenta eléctrica y ahora reinaba un silencio aterrador a pesar de que seguía tronando. Le entró un pánico asombroso y salió de la casa disparado dejando caer todo lo que había robado y jurando no volver a entrar nunca más en ninguna casa.

Y las tres poltronas, tranquilas aunque fatigadas se acurrucaron mejor y siguieron durmiendo felices y más poltronas que nunca.

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